sábado, 25 de junio de 2011

Conversación entre Azaña y el obispo de Lourdes, cuando el primero se encontraba agonizante en el exilio





-[...]Señor obispo, yo no soy nadie y el mundo, este mundo, si algo es será el infierno de otro planeta.
-¿El infierno de otro planeta?
-Otra cosa no puede ser. Penamos el pecado de haber nacido en otro astro: culpas que ni siquiera alcanzamos a recordar. Somos espectros de otros muertos y nos imaginamos vivos. Llamamos nuestra a una tierra que ni siquiera existe.
-El señor Presidente se burla o desvaría.
-Otros creerán en Dios, en la justicia, en la patria, en cualquiera de esas palabras por las cuales se matan los hombres como hienas. Personalmente creo en el infierno: no conozco otra realidad.


Y, sin embargo, a veces casi creí en esta vida. 

De la biografía  Azaña,   Carlos Rojas

miércoles, 15 de junio de 2011

Fragmento de "Confieso que he vivido", de Pablo Neruda



[...]
Entonces mi poema creció y cobró como nunca su acento de guerra y de liberación.

Esto otro me pasó en mis años mozos. Yo era aquel poeta estudiantil de capa oscura, flaco y desnutrido como un poeta de ese tiempo. Acababa de publicar Crepusculario y pesaba menos que una
pluma negra.

Entré con mis amigos a un cabaret de mala muerte. Era la época de los tangos y de la matonería rufianesca. De repente se detuvo el baile y el tango se quebró como una copa estrellada contra la pared.
En el centro de la pista gesticulaban y se insultaban dos famosos hampones. Cuando uno avanzaba para agredir al otro, éste retrocedía, y con él reculaba la multitud filarmónica que se parapetaba detrás de las mesas. Aquello parecía una danza de dos bestias primitivas en un claro de la selva primordial. Sin pensarlo mucho me adelanté y los increpé desde mi flacucha debilidad:


—Miserables matones, torvos sujetos, despreciables palomillas, dejen tranquila a la gente que ha venido aquí a bailar y no a presenciar esta comedia!

Se miraron sorprendidos, como si no fuera cierto lo que escuchaban. El más bajo, que había sido pugilista antes de ser hampón, se dirigió a mí para asesinarme. Y lo hubiera logrado, de no ser por la
aparición repentina de un puño certero que dio por tierra con el gorda. Era su contenedor que, finalmente, se decidió a pegarle.

Cuando al campeón derrotado lo sacaban como a un saco, y de las mesas nos tendían botellas, y las bailarinas nos sonreían entusiasmadas, el gigantón que había dado el golpe de gracia quiso compartir justificadamente el regocijo de la victoria. Pero yo lo apostrofé catoniano:

—Retírate de aquí! Tú eres de la misma calaña!

Mis minutos de gloria terminaron un poco después. Tras cruzar un estrecho corredor divisamos una especie de montaña con cintura de pantera que cubría la salida. Era el otro pugilista del hampa, el vencedor golpeado por mis palabras, que nos interceptaba el paso en custodia de su venganza.

—Lo estaba esperando —me dijo.

Con un leve empujón me desvió hacia una puerta, mientras mis amigos corrían desconcertados. Quedé desamparado frente a mi verdugo. Miré rápidamente qué podía agarrar para defenderme. Nada. No había nada. Las pesadas cubiertas de mármol de las mesas, las sillas de hierro, —Imposibles de levantar. Ni un florero, ni una botella, ni un mísero bastón olvidado.

—Hablemos ——dijo el hombre.

Comprendí la inutilidad de cualquier esfuerzo y pensé que quería examinarme antes de devorarme, como el tigre frente a un cervatillo. Entendí que toda mi defensa estaba en no delatar el miedo que sentía. Le devolví el empujón que me diera, pero no logré moverlo un milímetro. Era un muro de piedra. De pronto echó la cabeza hacia atrás y sus ojos de fiera cambiaron de expresión.

—Es usted el poeta Pablo Neruda? ——dijo.
—Sí soy.
Bajó la cabeza y continuó:
—Qué desgraciado soy! Estoy frente al poeta que tanto admiro y es él quien me echa en cara lo miserable que soy!
Y siguió lamentándose con la cabeza tomada entre ambas manos:
—Soy un rufián y el otro que peleó conmigo es un traficante de cocaína. Somos lo más bajo de lo bajo. Pero en mi vida hay una cosa limpia. Es mi novia, el amor de mi novia. Véala, don Pablito. Mire su retrato. Alguna vez le diré que usted lo tuvo en sus manos. Eso la hará feliz.
Me alargó la fotografía de una muchacha sonriente.
—Ella me quiere por usted, don Pablito, por sus versos que hemos aprendido de memoria.
Y sin más ni más comenzó a recitar:
—Desde el fondo de ti y arrodillado, un niño triste como yo nos mira...

En ese momento se abrió la puerta de un empellón. Eran mis amigos que volvían con refuerzos armados. Vi las cabezas que se agolpaban atónitas en la puerta. 
Salí lentamente. El hombre se quedó solo, sin cambiar de actitud, diciendo "por esa vida que arderá en sus venas tendrían que matar las manos mías", derrotado por la poesía.

domingo, 12 de junio de 2011

DECLARACIÓN DE DIFERENCIA (Fernando Pessoa)

Las cosas del estado y de la ciudad no ejercen poder sobre nosotros. Nada nos importa que los ministros y los áulicos hagan falsa gerencia de las cosas de la nación. Todo esto sucede allá fuera, como el barro en los días de lluvia. Nada tenemos que ver con eso que tenga al mismo tiempo que ver con nosotros. De modo semejante, no nos interesan las grandes convulsiones, como la guerra y las crisis de los países. Mientras no entran en nuestra casa, nada nos importa a qué puertas llaman. Esto, que parece que se apoya en un gran desprecio por los demás, en realidad sólo tiene por base nuestro aprecio escéptico de nosotros mismos. No somos bondadosos ni caritativos —no porque seamos lo contrario, sino porque no somos ni una cosa ni la otra. La bondad es la delicadeza de las almas groseras. Tiene para nosotros el interés de un episodio sucedido en otras almas, y con otras formas de pensar. Observamos, y no aprobamos ni dejamos de aprobar. Nuestro oficio es no ser nada.

[...]

Cap. 33, Libro del desasosiego, Fernando Pessoa (¿1914?)

sábado, 11 de junio de 2011

Suicidio (Quizá fue por no saberte la Geometría)

Federico García Lorca (1898-1936)







El jovencito se olvidaba.
Eran las diez de la mañana.

Su corazón se iba llenando
de alas rotas y flores de trapo.

Notó que ya no le quedaba
en la boca más que una palabra.

Y al quitarse los guantes, caía,
de sus manos, suave ceniza.

Por el balcón se veía una torre.
El se sintió balcón y torre.

Vio, sin duda, cómo le miraba
el reloj detenido en su caja.

Vio su sombra tendida y quieta
en el blanco diván de seda.

Y el joven rígido, geométrico,
con un hacha rompió el espejo.

Al romperlo, un gran chorro de sombra
inundó la quimérica alcoba.

Fragmento de Nocilla dream (2006), de Agustín Fernández Mallo




No existe espacio si no existe luz.
No es posible pensar el mundo sin pensar en la luz (lo dijo Heráclito, lo dijo Einstein lo dijo el Equipo A en el capitulo 237, lo dijeron tantos).

Y sin embargo dentro de cada cuerpo todo es oscuridad, zonas del universo a las que la luz jamás tocará, y si lo hace es porque está enfermo o descompuesto.

Asusta pensar que existes porque existe en ti esa muerte, esa noche para siempre.

Asusta pensar que un PC está mas vivo que tú, que adentro es todo luz.


Nocilla  dream,   cap. 93



Habiendo llegado a la corte cantidad de poetas cultos, le escribió un amigo a Francisco Bances Candamo. Soneto XXII (1690-1700)


Candamo, amigo, huyamos que en poetas
hierve Madrid. ¿A qué aguardáis? Huyamos
porque de presumidos de Candamos
fondo han dado en el Rastro cien carretas.
A Silveira y a Góngora varetas
ponen cazando voces sin reclamos
y a Mena y Garcilaso, nuestros amos,
las dulces liras vuelven en trompetas.
Salgamos luego y las penates musas
escondamos devotos en Batuecas
mientras que graznan aves tan confusas.
Salvemos nuestros usos y sus ruecas
porque si no, al tropel de garatusas
nos moriremos de dolor de muecas.

Anónimo, en Francisco Antonio de Bances y Candamo, Obras líricas,
Francisco Martínez Abad, Madrid, [1729], p. 153.